miércoles, 24 de septiembre de 2008

La roca de Sísifo


La otra noche tuve uno de esos sueños con los que se despierta uno atontado, un poco perdido y sin saber dónde está ni si acaba de despertarse en la realidad o sigue soñando. Ese tipo de sueños que te dejan tocado durante todo el día, porque, de tan significativos y reveladores, da casi miedo asomarse a los oscuros pozos polvorientos sobre los que han arrojado un atisbo de luz que hacía siglos que no veían.


Aquel sueño eran en realidad dos, pero que venían a decir prácticamente lo mismo, aunque con diferentes matices. El primero de ellos me mostraba a mí mismo, desde la perspectiva de mi propia vista, escalando por un antiguo templo de corte oriental, una suerte de pagoda de piedra, ascendiendo hacia la cúspide con denodados esfuerzos, pues cada vez que mi mano se asía a algún saliente del edificio o mis pies se sostenían sobre alguna plataforma, saliente y plataforma se desprendían, convirtiéndose en polvo que desaparecía al viento. El templo se demolía a mi paso y me era imposible el ascenso a la cima.


En el segundo sueño me encontraba esta vez en el interior de una especie de edificio de planta circular, de paredes blancas apagadas por el tiempo, y recuerdo que era consciente de que me encontraba en una escuela o una universidad, porque a través de las puertas entreabiertas podía observar a jóvenes, también orientales, que asistían a las clases dictadas por un profesor en cada una de las aulas. Yo estaba allí debido a que necesitaba un documento firmado, tal vez un visado, no puedo estar seguro, puede que durante el sueño no lo supiese. Pregunté por la oficina a la que debía dirigirme y recuerdo nítidamente que me indicaron la segunda planta. En su centro, el edificio, que era circular, disponía de una escalera de caracol que comunicaba los distintos pisos. Una escalera que no era tal, puesto que al dirigirme a la segunda planta, como me habían señalado, advertí que se trataba de una rampa, y que cada vuelta de 360º correspondía a cada uno de los pisos, cosa poco probable a no ser que la rampa fuera en exceso empinada, que no lo era. No obstante, dejémosle esa ventaja al sueño, quizás hubiera pequeños escalones que suavizaran la pendiente. En mi camino hacia la segunda planta me cruzaba con muchos jóvenes que bajaban, y esto era lo más curioso: todos descendían, sólo yo subía por aquella rampa.


Finalmente llegué a mi destino, pregunté por la oficina de aquél que me solucionaría mis problemas de documentación y por señas me indicaron una habitación cercana. Entré y alguien me dijo allí que tenía que encaminarme primero a la planta baja, ya que necesitaba algo sin lo cual no se podía cumplimentar mi visado. De modo que otra vez caminé por la rampa escalonada, esta vez en descenso, hasta el lugar señalado, en el que me las apañé para que me informaran de que para conseguir lo que buscaba era necesario hacerse con algo que me darían en la cuarta planta.


Huelga decir que aquella broma tendía hacia el infinito, al igual que el sueño anterior. Ambos representan a la perfección lo que bien podría llamarse un bucle onírico, y como todo bucle, de irrealizable e interminable solución, que se pierde en una enorme red arborescente como de muñecas rusas. También me recuerda ahora un poco al mito de Sísifo, que fue castigado al suplicio eterno de empujar una roca montaña arriba que, sistemáticamente, cuando alcanzaba la cumbre se despeñaba rodando hacia abajo, todo por haber intentado –y conseguido– engañar a la muerte y al mismísimo Hades y alcanzar así la inmortalidad.


No me apetece sacar demasiadas conclusiones, no tengo necesidad ni ganas de psicoanalizarme. Sin embargo, algo queda claro, y es la necesidad, en los dos sueños, de ascensión mientras uno se encuentra con obstáculos imposibles de salvar, de suelos que se hunden bajo nuestros pies y ataduras que nos arrancan de una posible búsqueda del conocimiento tirándonos con violencia rodando escaleras abajo. Porque la búsqueda de un conocimiento superior es lo que simboliza, al menos a mí me lo parece así, la voluntad de elevación, de ascensión, de subida, de perfección, de la inmortalidad que buscaba Sísifo. Es el lenguaje que utiliza nuestro subconsciente para advertirnos que algo bulle en nuestro interior y que no hay manera de ocultar, por mucho que uno quiera enterrarlo terminará siempre aflorando. No hay escapatoria. Es ineludible.


En mi caso es un viaje, un largo viaje …

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